Sant. de Compost.

Mi historia ocurrió en Santiago y en Compostela ocurrió el resto.

Estoy convencida de que él era el billete de mi nueva vida, con él empezó algo nuevo. No sé si fue porque era distinto a todo lo que yo había conocido hasta entonces o por las circunstancias del momento, pero el caso es que llegué a adorar todo de él. Su modo de moverse, los ojillos que ponía cuando se tiraba en la hamaca durante horas en un día de sol, su fobia al agua, e incluso su comida preferida -que yo hasta entonces había odiado- barritas pescavona. 

Era todo un espectáculo. Su sombra de noche era de aventura; sus cuatro patas fuertes y peludas, pero también cariñosas; sus ojos brillantes y atentos, como si llevaran esperándome toda la vida, su cola sigilosa y melódica, siempre al ritmo. 

Con él me convertí en capaz de cualquier cosa, aún a pesar de yo ser una gata recién convertida por el karma. Me enseñó a disfrutar ensuciándome en el barro (desde los bigotes hasta el rabo), a agudizar mi sentido del olfato, a cuidar de mis siete vidas y a poner todos mis sentidos en marcha para enfurecer al pescadero y llevarme con éxito la sabrosa lubina o cualquier espina rasposa. 

Me alegra poder decir que él también pudo aprender de mí. En aquellas noches de tejados nocturnos le definí como buenamente pude los términos como: 
tercer mundoDecartes, espacio, rumen, o Beethoven.
Compostela era muy curioso y no paraba de preguntar y a mí me encantaba responder y enrollarme como las persianas con la excusa de que no tenía reloj. Él preguntaba, yo le contestaba con todo detalle, él volvía a preguntar, yo de nuevo respondía, él me miraba raro, me acariciaba, yo le respondía tratando de coordinar las nuevas manos y pies de gato que el karma me había dado para hacer algún tipo de movimiento cariñoso que me permitiera no caer del tejado, Compostela se reía y evitaba que una catástrofe ocurriese entre yo, una chimenea abierta y quince metros de caída libre, el día llegaba.

Y así, entre sus clases prácticas y mis teorías y los correspondientes avances coordinación-conocimiento, conseguimos alejarnos tanto del pescadero y sus pescados, como de nuestros compañeros y sus pulgas. Nos montamos un nuevo mundo alternativo en las tejas de Santiago y en algún momento entre "adoro sus bigotes" y "adoro sus bigotes y el resto del envoltorio, mierda me estoy cayendo", se enamoró de mí. Fue algo ilógico, pero real. Y yo no estaba ahí para rebatir la ilogicidad de nada, al fin y al cabo, yo era una mujer reconvertida en gato, con lo que era una ilogicidad andante.

Nos quisimos el uno al otro y juntos duramos todas nuestras siete vidas.

Y gracias a éso, yo ahora no puedo ver un gato negro sin echarme a llorar.

Gracias Karma,


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