Pero, ¿qué es ser valiente exactamente?


Un valiente según la RAE es alguien con valentía, es decir  “determinación para enfrentarse a situaciones arriesgadas o difíciles”.

Resulta curioso cómo la Real Academia consigue llegar al tálamo del asunto sin ensuciarse las manos. Sin embargo, a mis ojos tal definición es injusta.

Para mí un valiente es aquel que se hace consciente de su condición como hombre. Alguien que sabe que se equivoca y que no es perfecto, que duda constantemente. Que, aún teniendo un miedo de cojones, se arriesga y se tira por la borda apostando por la lotería de la vida. Vértigo en estado puro.

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Un enamorado de los retos, un nómada sin mochila, un inconformista que crea su propia suerte.

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Porque la valentía es la adrenalina del paso ciego hacia delante. Es ir con los ojos cerrados y los sueños cantando a todo trapo en los oídos. Es saber que allá donde vayas llevas el hogar contigo y que la diferencia entre lo imposible y lo probable la marcas tu mismo.
Es una autoconfianza loca.

Ser valiente es apostar por el éxito en la oscuridad, irradiando luz propia. Un insensato que desafía a la vida y cae una y otra, y otra vez. Porque solo así aprende  a volar.

Pero lo que no cuentan es que ser valiente también es llorar, es sentirte incómodo contigo, es una duda que pesa sobre tus hombros. Es que de repente te falte el aire y sentir por un momento que estas solo en el universo. Es un abrazo de uno, quererse como impar. Es romperse y recomponer con mimo los trocitos pensando en en el próximo intento. 

Es en definitiva, una droga legal, que no resta, solo suma. El éxtasis hecho aventura.

Un brindis por los valientes. Por los que se van, por los que se quedan y por todos los que estamos enganchados a la vida.





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