Que alguien explique el secreto:

¿Por dónde se empieza a recoger una vida?. Cómo se cogen trescientos días sin que se te escurran de los dedos, con qué papel se envuelven, cómo se envuelven sin emocionarse. Cómo se coge la vida, ¿con pinzas?

Lo primero es tirar la basura, los botes vacíos, ese bote de lentejas que tan ilusionada compraste y que sólo usaste una vez...y mal, el pan triste roto; se limpian las alfombras y se echa a la mala onda de casa junto con un montón de pelusas con nombre. Ahora queda la ropa, otra batalla fácil de ganar que se soluciona a golpe de tesón y entusiasmo eso sí, tras muchos quebraderos de cabeza, varios pantalones tirados y muchas promesas de que no vas a volver a comprar nada ni a acumular tanta ropa innecesaria. Muerte a Zara. El cuento de los tres cerditos vaya, pero hay que creérselo, al menos este año has comprado menos.

Ya empiezan a quedar menos cosas. Toca el baño, das gracias a dios por haber decidido convertirte en hippie este último mes, así que hay poco más que la mascarilla y la pasta de dientes. Bueno y esta cremita, y el limpiador también, y el maquillaje, el algodón,  ¿dónde metes los bastoncillos? Me niego a llevármelos ¿si se los doy a un pobre me los tirará a la cara? Uhmm… Decides dejar ese tema aparte mientras miras con cara de resignación  al desafiante desmaquillante de ojos, el de cara, las toallitas limpiadoras, los ocho pintauñas y su puñetera madre. Ya hemos vuelto a acumular. Y aunque no tienes uñas, decides pintarte una de cada color sólo para saber que le has dado un uso a lo largo del año. Y las de los pies también. Orgullo de uñas, tal vez las enseñe al mundo mañana para ir conjuntada con la bandera.


Poco a poco todo va cogiendo forma o, mejor dicho, va quitándosele. Para no hacerte verdaderamente consciente te pones en modo automático y eficiente, no va a ayudarte nada el echarte a llorar cada vez que veas algo a lo que tienes cariño, como ese somier sin tablas. Algo inexplicable. Pero es verlo y echarte a reír. Creo que le voy a hacer una foto para hacer de terapia cuando esté de bajón. 

El cariño es así, crece a veces en lugares bastante curiosos y sin darte apenas cuenta. El cariño lo hace el día a día. Por eso, cuando se desmonta todo el equipo, es inevitable no desmoronarse levemente. Puta rutina, te envuelve, te engancha y hace que te sientas un poco perdido sin ella, como un perro sin correa. Es ese somier de mierda e inutilizable que clama al cielo con sólo verlo, la nevera supercongeladora, la ducha con agua del mismo invernalia que hace que el que clames al cielo seas tú, los putos lunes o el maldito ferrocarril en el que nunca encuentras asiento.

Y así desnudas tu vida, sin pudor ninguno. Pensando en lo que has ganado y lo que has perdido, envolviéndola con cuidado y cariño. Tratando de dejarla intacta. Balance general de año lo llaman. Con quién te quedas, a quién no cambiarías y quién te ha hecho mella. A quién te vas a llevar a dondequiera que vayas y quién sabes que sí o sí te volverás a encontrar. De qué te arrepientes y qué volverías a hacer una y otra vez. La vida, la buena gente y tú. El triángulo perfecto de las bermudas.

Con orgullo puedo decir que no hay hospitales misteriosos, ni noches sin rumbo, ni canciones bailadas a golpe de cadera, ni lloros, ni despedidas sin despedirse, ni escapadas de las que me arrepienta. Tampoco malditas resacas, ni faltas de sueño que no hayan sido merecidas y vividas grandiosamente, coma a coma y minuto a minuto. Como mucho puedo decir que me faltó tiempo, pero porque siempre falta tiempo.

Y es que en esta ciudad hemos sido jóvenes, pero también hemos crecido. Creo que realmente la hemos vivido. Y definiendo bajo palabras de un muy buen amigo: “esta ciudad es como una puta, acoge a todos pero no es de nadie”; pero como yo como ciudad sin dueño preferida me la quedo. Una buena, bonita y nada barata, que a pesar de estar llena de guiris, a veces te hace sentir en casa. Ha sido un muelle para nuevas aventuras, una entonación al “Nueva Zelanda espérame” y una colección de abrazos que dicen “aquí siempre te espero”. Ha sido vida aún cuando se pasaba mal. Por eso digo, gracias a la vida.

Ahora toca seguir, esto ni mucho menos se ha acabado aquí. Hay mucho camino por hacer y mucha vida ahí fuera como para quedarse quieto pensando mirando al techo. Hoy es hoy y el “tempus fugit” sin esperar a nadie. Así que a subirse al carro y a vivir. Ese es mi consejo hoy, y sin más dilación, me entrego en cuerpo y alma a los antiparasitarios.

Que dios se apiade de mi alma 

Y es que la vida es así,  y eso es así. 

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